Una marca puede estar formada por juegos de palabras, unión de siglas… Y también por sucesos anecdóticos, como es el caso de la marca FAGOR. Hubo reflexión, sí, pero el resultado de ella no fue FAGOR.
En 1955, los jóvenes Luis Usatorre, Jesus Larrañaga, Alfonso Gorroñogoitia, Jose Maria Ormaetxea y Javier Ortubai adquirieron el taller que Máximo Beltrán de Otalora, de origen aretxabaletarra, tenía en Vitoria (Álava), por 400.000 pesetas. Ahí comenzó la historia de Ulgor, la cooperativa que unos años más tarde se convirtió en Fagor Electrodomésticos. El nombre Ulgor tampoco fue elegido al azar: proviene de los apellidos de los cinco jóvenes que lo fundaron.
En sus inicios, Ulgor realizó pequeñas modificaciones en los hornillos que se producían en la propia fábrica adquirida y comenzó a venderlos con la marca TAGOR (Talleres Ulgor). Con el tiempo, la apuesta de los cinco jóvenes fue consolidadose y finalmente trasladaron la planta a Mondragón (Gipuzkoa). Fue entonces cuando comenzaron a producir nuevos productos: el primer hornillo diseñado por TAGOR, llamada Maite; productos relacionados con el mundo de la electrónica; una estufa de petróleo, de nombre Loretta… También comenzaron a construir un pabellón dedicado a la fundición.
Finalmente, en 1959, Ulgor inició los trámites para registrar la marca TAGOR. Pero no pudo hacerlo, ya que por aquel entonces ya existía una empresa llamada Tago, en Durango (Bizkaia). Para entonces, Ulgor ya había fabricado varios troqueles para sus productos, por lo que el cambio de nombre de marca no podía ser significativo.
Con este criterio, se les ocurrió poner una línea a la letra «T» y convertirla así en la letra “F”, es decir, cambiar TAGOR por FAGOR. Esto facilitaría mucho la adaptación de los troqueles. Así lo hicieron. En definitiva, más allá de las reflexiones previas, fue una sola línea la que al final definió la marca FAGOR.
He aquí la evolución de la marca FAGOR: